Si creemos que somos capaces de hacer algo, lo haremos. Si creemos que no podemos hacer algo, sencillamente no lo lograremos. Así de simple. El hecho de creer o no en nuestras capacidades influencia nuestros resultados, independientemente del área: deportiva, económica, profesional, personal, etc. Si nos repetimos una afirmación muchas veces, acabaremos creyéndola, y al ejecutar la acción asociada a esa creencia, podremos ser capaces de modificar nuestra conducta. En otras palabras, nos reprogramamos. Las palabras creer y creencia adquieren un rol central y un interés especial en relación con nuestra capacidad para el éxito. En todo caso debemos investigar, recurrir a la introspección e identificar cuáles creencias nos están limitando y evitan que actuemos de la forma en que nos gustaría actuar. Las creencias nacen y se consolidan para producir, posteriormente, efectos negativos o positivos. Tales creencias inciden sobre nuestras decisiones. De hecho, una creencia es una convicción profundamente arraigada.
Debemos ser capaces de diferenciar claramente entre creencias e ideas. Una idea es la imagen mental, desprovista de acción, que subsecuentemente da origen a la creencia. La creencia, a su vez, es una convicción profundamente arraigada que influencia nuestra conducta y está presente en nuestro proceso de toma de decisiones. Las creencias nacen de las ideas, y poseen una tendencia positiva o negativa. Una idea puede transformarse en una creencia positiva que nos ayudará con nuestro crecimiento personal. Nuestros problemas inician cuando las ideas son limitadores, y se convierten en creencias limitadoras, restringiendo peligrosamente nuestras capacidades conductuales.